jueves, abril 8

En medio kilo entran cuatro limones.

y el mar es una especie en extinción
un barco a la deriva
una lágrima de ron


Fue en esa fría noche de julio en la que estalló aquella bomba rellena de sentimientos revueltos, con una pizca de rabia que acentuaba el gusto amargo de esa desilusión fortuita. Fue cuando se consumió del todo la mecha que construiste con sosiego y entereza, dejando una sensación de parcial vacío. Todavía escuchás dentro de tu cabeza, como un eco lejano, esos comentarios limpios de noción a los que no supiste responder con claridad. Maldita ceguera la que no te deja entender ni aceptar que las apariencias realmente engañan. Imagen que trazaste con satisfacción, y que tardó en borrarse lo que dura en esfumarse un charquito de agua dulce entre los dedos. Lo único que te faltaba para cerrar ese triste y bizarro capítulo era el aplauso final, donde por fin aceptarías que el tiempo mata todo, y que ahora le tocó morir a ese fabuloso esquema erróneo que te habías hecho con regocijante satisfacción. Sentías que tenías que buscar con cuentagotas ese cariño que te hizo sentir incrédula ante la vida misma. Desconfiaste hasta de tu conmoción. La resaca que dejó ese invierno no podía afectar todos los planos de tu vida, de todas formas, no te diste cuenta y creíste vivir el circulo vicioso de una etapa que jamás ibas a poder superar.
Y en el momento más inesperado notaste que en medio kilo entran cuatro limones, preguntándote 'por qué no cinco', y ahí te diste cuenta que las disparidades pueden ser peligrosas, y que es ese gusto amargo lo que los hace unirse y formar el cóctel perfecto.




Es un hogar para mi corazón.

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