jueves, agosto 25

No quiero que me digas nada.

Como si tuvieras la capacidad de entrar en mi cabeza y manejar las palancas de mis antojos, o por lo menos la vaga intención de querer entender lo que desfila por las venas de un pedacito ajeno de tu piel. Si por lo menos tuvieras la pobre inteligencia y los deprimentes intentos de hacerme ver que estoy equivocada. Si por lo menos tus palabras fluyeran con altura y lograras tocarme las ideas...
Me hablás desde un imaginario podio de aire y ego, con la altura más deplorable y las citas más hediondas. Me señalás con un dedo mojado en tus ideas y te escudás en risueñas imágenes contruidas de falencias. Creés acariciar con falsas emociones, los tesoros que destrozaste con entera tirria, y tus discursos con capacidades repelentes logran esconderte y ponerte en el papel más abrazable.
No muy seguido hablo por hablar y no me baño de rencores, pero mis oidos no son ajenos a mis ojos y mis intentos no matan la impotencia. El mismo grado de realidad con distintas perspectivas, es todo lo que tenía que entender para no tratar de entenderte.

El mejor testigo se puede contradecir .

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