miércoles, marzo 31

Un domingo por San Justo.

Del otro lado del valle del Ebro, las colinas eran largas y blancas...


Clásico domingo de lluvia en que los planes van desde dormir, hasta quedarse en casa, viendo típicas películas mediocres que son miradas cuando no hay proyectos interesante para un día con tantas limitaciones; con una enorme taza de chocolate caliente. Gracias a este hábito inconsciente de no disfrutar lo placentero que puede llegar a ser una jornada con tinte naranja bajo un aguacero; cuando la tarde de ideas revueltas se hacía evidente, decidió ausentarse por unas horas. Esquivando patadas poco evidentes que la inundaban de la más evitable de las iras, con el discernimiento de cosas que la superaban, se subió a aquel colectivo que la alejó lo más que pudo de su rutina. Recorrió calles tan inundadas, por el incesante chaparrón, que parecían las más contrastantes lagunas con aquel panorama urbano del cual era bueno despegarse de vez en cuando. Pasó por lugares totalmente desolados, donde se creaba una total disparidad con locales abiertos a toda hora, tan característicos del consumismo actual, aunque los mismo no fueran visitados por nadie. Y le dio por pensar, le dio por pensar en el valor de la vida. En lo insignificante que podemos convertirnos y al mismo tiempo lo precioso que puede llegar a ser, valorar que tenemos la posibilidad de ser felices, con el agasajo de ser libres, aprovechando las oportunidades que nos regalan. También pensó en lo absurdos que nos vemos, cuando creemos que podemos cambiar el mundo, saboteando lo más preciado, eso mismo que logramos construir en un descuido; sin estimar que muchas veces, las cosas más hermosas nacen de una flaqueza, las más tibia de las flaquezas. Evaluó lo sencillo que suena decir que podemos hacer lo que queremos con algo que nos pertece, y al mismo tiempo lo sentimos tan lejano que es casi imperciptible a nuestros sentidos, a nuestros más íntimos sentimientos que parecen inmutables cuando de despedidas se trata. Decidir, de eso se trata, si después de muchos ruedos y definiciones vacías, podemos decretrar cuan preciada es la vida con una simple osadía.



Todo sabe a regaliz... como el ajenjo

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